Impaciencia

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En casi todas las culturas hay historias, narraciones, cuentos y leyenda que ensalzan la paciencia, la perseverancia, el saber esperar, el dar tiempo al tiempo. Así en Japón tenemos la leyenda del bambú, que no viéndose en los seis primeros años desde que se planta, al séptimo alcanza una altura de 30 metros. Los seis primeros años los emplea en tejer una raíces fuertes y asentadas que soporten los 30 metros de altura que puede alcanzar en unos meses.

Y aquí contamos con el cultivo de la trufa, un cultivo de largo plazo, paciencia y fe. De la bellota de encina, nace el primer año una pequeña planta con sus raíces, tronco y hojas.  Para conseguir una encina micorrizada se pone sobre las raíces de la planta “la semilla” de la trufa.  Esta pequeña encina micorrizada (no mide más de 15 cms) es la que se trasplanta posteriormente en el campo.

Una vez plantadas las encinas micorrizadas, y con los cuidados pertinentes en cada época del año, hay que esperar al menos 6/7 años para recoger las primeras trufas. Durante estos 6/7 años ves crecer la encina, pero no hay indicios de que haya trufas. La experiencia en este cultivo nos dice que a partir del séptimo año ya se puede meter a un perro adiestrado a buscar alguna trufa.

En una plantación de encinas micorrizadas  (se llama micorriza a la asociación beneficiosa entre la raíz de una planta y un hongo, en este caso entre la encina y la trufa; la trufa se alimenta de la encina  a través de las raíces y la trufa aporta a la encina elementos fundamentales para su desarrollo)  los primeros años son de colonización y asentamiento de las micorrizas y consecutivamente la formación, desarrollo y crecimiento de las trufas; todo esto a ciegas, porque no vemos lo que ocurre bajo la tierra.

Al tomar conciencia de los años que tardaremos en recoger alguna trufa en la plantación que tenemos, mis hijos hacen énfasis en los años que tienen que transcurrir, dejando al aire su impaciencia: ¡ 7 años!. Y mis amigos, cuando les digo que en unos 6/7 años les invitaré a unos huevos fritos con trufa negra sonríen como diciendo “ cuán largo me lo fiais, amigo Sancho”. Y es que los tiempos no están para la paciencia que se requiere en este tipo de cultivo.

Con frecuencia nos olvidamos que los seres humanos somos fruto de la paciencia y la esperanza, de unos primeros años de fragilidad y dependencia, en contraste con la evolución mucho más rápida de otros animales, incluso cercanos (chimpancés o macacos). ¿Por qué este desarrollo tan lento, casi desesperante, del ser humano?. ¿La formación del cerebro, la consciencia y el razonamiento, así como la preparación para vivir en sociedad requiere este proceso tan costoso?. Al parecer sí, pero como dudar de todo, cuestionarse lo establecido, anticipar y aligerar los procesos es una forma de identidad y subjetividad moderna, hasta el tiempo y el proceso de las cosas se cuestionan.

Hoy en día se está produciendo un cuestionamiento radical, no ya contra los elementos culturales, los valores, costumbres y tradiciones (que se suponen circunstanciales y pasajeros) sino contra lo heredado y dado y que forma parte de la naturaleza, de las leyes que impone la física, la química o la biología.  Tenemos la tentación de rebelarnos frente a lo que naturaleza ha construido a lo largo de miles y miles de años: el estado de las cosas, los días y las noches, los mares y los ríos, el hombre y los animales, lo animando e inanimado…Cada día nos preguntamos ¿y por qué tiene que ser así? ¿por qué tengo que aceptar el mundo tal como se nos ha dado?

Es como si la humanidad estuviese cabreada, enfadada como un adolescente. Y la paga con todo y con todos:

  • Un primer ejemplo de esta rebelión contra lo dado es la impaciencia, impaciencia que se refleja en romper el ritmo de las cosas, en acortar el tiempo, en simplificar procesos. De ahí esta semántica y cultura de “la experiencia”, que estamos viviendo en todos los órdenes de la vida: se utiliza la palabra experiencia tanto para una compra como para hacer un viaje, se aplica a una cena como a un paseo en barca, un recital de música o un champú. Todos invitan a tener una experiencia: experiencia gastronómica, experiencia de compra, experiencia cultural.

Tras esta invitación a la experiencia se esconde una simplificación del proceso y una impaciencia clara sobre los resultados: nada de programar, pensar, idear, imaginar, soñar; “hazlo”, “come”, “compra”, “cambia”, ”viaja”. En este camino se nos está hurtando el placer del proceso, de imaginar y anticipar el viaje, el concierto de música o el recorrido por la montaña.  Y lo que es peor, tras esta invitación a la experiencia se esconde un imperativo que anula la posibilidad de arrepentimiento: no lo pienses, no sopeses, no reflexiones, vive la experiencia. Esta cultura de la experiencia que nos rodea, anula la reflexión: se impone la inmediatez, el momento presente, la velocidad, la rapidez, lo sentido.

  • Otro síntoma de esta impaciencia de nuestro tiempo es la confusión y la ruptura de límites: se establecen límites difusos -todo es un continuum- entre el hombre y los animales, lo humano y lo tecnológico, entre lo real y lo simulado, entre lo biológico y lo psicológico, entre lo ético y lo estético, entre lo conveniente y lo responsable. Establecer un continuum entre realidades cercanas, acorta el proceso, facilita el salto de una realidad a otra, sirve a la impaciencia.

No defiendo una sociedad acabada, cartesiana, definida, sólida y rectilínea… pero tampoco una sociedad confusa, obscura e indescifrable. Vivir en sociedad - y o vivimos en sociedad o no vivimos- requiere de espacios comunes, de límites y cesiones, de acuerdos y significados compartidos.

Este confusionismo o destrucción de límites - ¿son equiparables los derechos de los animales y los derechos humanos como pretenden algunas corrientes animalistas? ¿la biología es fluida y la identidad sexual es algo que se siente? ¿dónde están los límites entre lo real y lo virtual? ¿hay que sospechar de la medicina, la física, la psicología por si están contaminadas de sexismo, machismo, feminismo o capitalismo? -  es una estrategia de la que se sirve la impaciencia para saltarse etapas, ahorrarse procesos, y anticipar el resultado final.

  • La impaciencia como desprecio del esfuerzo. Estos días todo el mundo habla de Carlos Alcaraz, reciente campeón del torneo de Madrid. En las entrevistas que le han hecho siempre resalta como claves de su éxito, por una parte el tomarse el tenis y los torneos como una diversión, una forma de pasárselo bien y disfrutar jugando; y por otra el esfuerzo, el trabajo, las horas y horas de entrenamiento para mejorar y perfeccionar su tenis.

La impaciencia nos lleva a quedarnos con la diversión, el disfrute, el pasarlo bien y dejar en un lugar secundario el esfuerzo, el trabajo, la dedicación.

En esta sociedad tenemos modelos de corta y pega, de rápido desarrollo, modelos construidos a base de cursillos y técnicas postizas, a base de disfrute y pasarlo bien, con gran despliegue mediático y poca vergüenza, que siguen el ciclo de la hierba primaveral (influencers, tertulianos, malabaristas de todo género y especie…) y modelos que imitan al bambú o la encina micorrizada, que combinan el esfuerzo, el trabajo y la profesionalidad con la frescura y la diversión, modelos construidos en silencio y con tiempo ( deportistas, científicos, universitarios, profesionales de todo tipo…)

Por desgracia, la impaciencia lleva a preferir los primeros -fáciles, bulliciosos, mediáticos – no siendo los profesionales, los modelos de esfuerzo y trabajo, los que no se dejan tentar por la rapidez y la riqueza, los que sirven de referencia e imitación.

  • La impaciencia se suele asociar más con la juventud, que yo creo más bien que es fruto de su fuerza, ganas y  deseo de conquistar el futuro. La impaciencia de nuestra época tiene que ver más bien con el recelo ante las promesas de felicidad y bienestar que nos venden cada día. La impaciencia es no dar crédito a nada ni a nadie y exigir las pruebas al momento. La impaciencia de nuestra sociedad revela la profunda desconfianza en la que vivimos: desconfianza ante el futuro, desconfianza en nuestros líderes desconfianza en lo que se nos venden y ofrece.

El cultivo de la trufa, o del bambú japonés, es un ejercicio de confianza en el futuro, en los cuidados y esfuerzos, en lo que no se ve pero se trabaja y se cuida. La confianza no solo hace que después de años surjan trufas y bambús sino profesionales y personas sin tanta impaciencia para construir una sociedad mejor, una sociedad de futuro, fuerte y asentada.

Mauro González

Socio Fundador Punto de Fuga

Foto de Oladimeji Ajegbile en Unsplash

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