El coronavirus está provocando una serie de cambios y transformaciones sociales que hasta hace unas semanas eran impensables. El coronavirus simboliza la paralización de lo que significa el mundo moderno – capitalismo, cultura, libertad, democracia- y pone en entredicho la propia supervivencia humana. Pocos hubieran dicho que esta situación convulsa iba a venir del mundo natural, de lo micro y de lo invisible cuando estábamos alimentando, a la vista de todos, las condiciones para que esto ocurriera al antojo de algunos: armamento nuclear, mutación genética, tecnología descontrolada y carente de ética, destrucción de la naturaleza, odio e irracionalidad….
PARADOJA. El coronavirus ha aprovechado la globalización para recluir a los seres humanos entre cuatro paredes: es este el gran movimiento que se está produciendo por las medidas que los países están imponiendo para luchar contra el virus: Todos estamos prisioneros, paralizados, privados de libertad :se cierran fronteras, países y ciudades confinados, aislamiento, prohibición de toda actividad social, deportiva, cultural y de ocio (cines, restaurantes, bares, parques, paseos…); nos hemos inventado el teletrabajo porque de alguna manera hay que seguir alimentando el sistema.
La casa, el hogar, la familia son los escenarios e instituciones que realmente cobra importancia en estos momentos, y donde verdaderamente nos podemos refugiar. Curiosa paradoja también que la casa sea la cárcel y el refugio.
En escasas semanas hemos pasado de estar fuera a estar dentro, de no pisar la casa a estar confinados en ella, de estar centrifugados a estar centripetados. Y de tanto estar fuera nos hemos habituado a vivir de la apariencia, la especulación, la exterioridad, la virtualidad; el virus este -de tanto verlo y oírlo se nos hace hasta familiar – nos ha devuelto la realidad, lo que importa (la vida), la familia, la intimidad. Y al enfrentarnos a esta realidad se nos hace extraña, incómoda, irreconocible. Tenemos que volver a recordarnos y recuperar así nuestra identidad.
EXPERIENCIA DE GUERRA. De repente hemos pasado de una etapa de paz, a un clima de guerra: estamos, sin duda viviendo, sintiendo, experimentando una atmósfera de guerra: el lenguaje, la puesta en escena, la actuación en las calles, corroboran esta situación de guerra: número de muertos, situación de alarma, confinamiento, aislamiento, declaraciones institucionales, ejercito y fuerzas y cuerpos de seguridad, lucha y victoria final…
Quizás la vivencia de un clima de guerra sin que realmente haya una guerra (en su sentido tradicional) sea una experiencia positiva. Nos puede servir de catarsis y una forma de integrar las emociones dominantes en estos días: miedo, impotencia, ansiedad, añoranza.
Si en la crisis que se inicia en el 2008 se mezclaban el miedo, la rabia y la dificultad de proyectar el futuro, en la actual situación se mezclan el miedo, la ansiedad (perdida del trabajo, negocio, ingresos...) y la añoranza. Añoranza de tiempos recientes, donde el estado de bienestar estaba siendo un objetivo alcanzable, donde la recuperación económica se sostenía, donde la vida social, cultural y de ocio era una buena inversión personal, familiar y grupal. Volvemos la vista y el pensamiento hacia atrás para recordar tiempos mejores; la añoranza es un sentimiento propio de las etapas de guerra.
LOS VALORES. Los políticos, los medios de comunicación, las instituciones sanitarias… están haciendo un llamamiento constante a la responsabilidad; es sin duda el valor más demandado en estos momentos; y junto a la responsabilidad se pide esfuerzo, tesón, constancia, compromiso, obligación, sensatez, paciencia.
Si nos fijamos un poco ya no se habla tanto de bienestar, calidad de vida, disfrute, diversión… De la noche a la mañana los valores se han dado la vuelta. Todo se reconcentra en la parte baja de la pirámide: necesidades fisiológicas (las estanterías vacías de los supermercados y el papel higiénico como símbolos) y salud-seguridad (sistema sanitario, personal sanitario mascarillas, desinfección…).
Iniciamos sin duda una etapa donde se va a producir un avance de la racionalidad (tal como la entiende M.Weber) para dejar de lado lo carismático y mágico.
LA FAMILIA. La experiencia intensa de la familia, de la casa, de las emociones y afectos que esta situación nos obliga a vivir va a provocar sin duda cambios en la forma y en el fondo de cómo vemos el mundo, la sociedad, la familia. La renuncia a salir a la calle, a ir al bar/ restaurante, a hacer deporte o ir al cine se recuperará fácilmente cuando esta situación se supere dado que el ser humano es social por naturaleza. Pero la experiencia familiar va a dejar un poso más profundo y duradero, dado los conflictos, emociones, afectos y descubrimientos que se van a vivir:
- El encuentro, el contacto, el afecto, el re-descubrimiento de los lazos familiares van a suponer la base de la estabilidad, el equilibrio y la fuerza de los individuos y el cimiento sobre el que se consolide la sociedad y la familia del futuro. Es fácil que en diciembre haya un aumento significativo de la natalidad.
- Por otra parte, va a generar conflictos. La presencia y contacto continuo con la pareja y los hijos puede hacer aflorar las tensiones latentes y no resueltas. El trabajo, los amigos, las reuniones sociales o el deporte no van a servir de parapeto o excusa. Esto derivará sin duda en un aumento de separaciones/divorcios en un futuro próximo.
- Este movimiento de retraimiento, de vuelta al núcleo, al origen no se va a hacer sin su dosis importante de tedio y aburrimiento: cortados los lazos con los social y recluidos en lo familiar se están desarrollando, como podemos comprobar por los medios, todo un arsenal de iniciativas e ideas creativas para combatir el aburrimiento: importancia inusual de las RRSS, leyendas, historias, chistes, conciertos a distancia ,juegos familiares y vecinales, plataformas, cocinar, abrir y cerrar la nevera etc etc.
Sin duda el hogar, la familia, la casa, está siendo un laboratorio donde se confrontan emociones, se experimenta la creatividad y se hace un ejercicio de entrenamiento, acomodación y flexibilidad para afrontar situaciones futuras.
RECUPERACIÓN DEL ESTATUS DE CIUDADANO. La apelación a la responsabilidad, a la solidaridad, al compromiso, a la ejemplaridad está contribuyendo a rescatar el estatus de ciudadano; casi siempre olvidado, diluido en el significado vacío de habitante de la ciudad, cobra ahora una inusitada importancia. Y es que esta crisis, nos interpela en lo más intimo y personal; pero no se queda ahí; la crisis, la dificultad, el coronavirus nos pone delante a los otros, a los vecinos, a los que están en los hospitales, a los que trabajan, a los que necesitan ayuda. Este cruce entre responsabilidad y solidaridad, entre intimidad y esfera familiar-social es lo que llena de sentido la palabra ciudadano.
Llamar a los ciudadanos, apelar a los ciudadanos es conectar lo social y lo intimo, la responsabilidad y la solidaridad.
Mauro González - Socio Fundador Punto de Fuga