Gen Z en Nepal: la revolución del like silenciado

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En un país marcado por décadas de dificultades sociales y económicas, parecía que nada era capaz de romper la inercia. El desempleo, la precariedad y la falta de oportunidades habían estado presentes durante años sin que se produjera una movilización masiva que desafiara al poder. Pero entonces, sucedió lo impensable no solo por la acción en sí, sino también por la repercusión (incendiaria) que ocasión: el gobierno canceló el uso de las redes sociales.

Lo que desde fuera podría parecer una medida banal o, como mucho, un gesto autoritario más, terminó por convertirse en la chispa que encendió una revolución que dio paso al derrocamiento del gobierno. Y no fue porque la sociedad nepalí no hubiera sufrido antes injusticias más graves, sino porque para la Generación Z, las redes sociales no son un entretenimiento más: son su infraestructura vital.

Para los nacidos en la era digital, Instagram, TikTok o Twitter no son simples apps; son espacios de socialización, de información y de construcción de identidad. Allí se mantienen las relaciones personales, se siguen tendencias globales, se consumen marcas y se proyectan aspiraciones. Prohibirlas no fue un golpe a la diversión, como algunos podrían pensar, sino estaban poniendo freno a la conectividad existencial de una generación entera.

Para esta generación, los Z’s, las redes representan el gran ecosistema de influencia y pertenencia: lo que antes eran cafés, plazas o periódicos, hoy es un feed, es un like. Cortar esa vía en un país donde el éxito se tiende a buscar más allá de sus fronteras fue equivalente a silenciar una voz colectiva.

La ironía es que los problemas estructurales de Nepal —desigualdad, pobreza, desempleo, corrupción, sensación de impunidad en la clase política — ya existían, pero habían sido normalizados. Lo que la censura digital hizo fue tocar lo intocable para los jóvenes (prohibir 26 redes sociales): su forma de expresarse, de estar en comunidad, de comunicarse e informarse, de existir en un mundo global donde su área de influencia estaba más allá de Katmandú y los límites geográficos nepalíes.

Lo que siguió fue el desencadenante de una imprevisible explosión: protestas, movilizaciones, quema de edificios emblemáticos como el parlamento, la caída de gobernantes… y manifestantes fallecidos. No fue solo una cuestión política, sino cultural. La Gen Z había encontrado un motivo común y un lenguaje compartido para decir “basta”.

Este episodio deja una enseñanza importante: no se puede subestimar la dimensión práctica, emocional y social de las redes para la Generación Z. Ya no hablamos de ocio, hablamos de su modo de vida para informarse, para comunicarse, para establecer relaciones… hablamos de identidad.

Para un joven nepalí, desconectarle de su red social es tan drástico como prohibir la libertad de reunión a generaciones anteriores. Este escenario debería suponer un marco de reflexión y aprendizaje para las marcas, por cuanto supone un ejemplo de que las redes sociales no son solo un escaparate publicitario, sino un ecosistema de confianza y pertenencia que sostiene la relación con sus potenciales clientes, y en especial con esta generación, los Z’s.

Lo que pasó en Nepal es un caso extremo (también vimos a primeros de año las movilizaciones sucedidas en Estados Unidos cuando la legislación prohibió TikTok y otras apps bajo control extranjero – el apagón solo duró 13 horas),  pero ilustra una verdad global: para la Gen Z, las redes sociales son mucho más que redes. Son el espacio donde definen quiénes son, con quién están y qué valoran. Silenciarlas es, en la práctica, intentar borrar su identidad. Y eso, como ya hemos visto en Nepal, puede ser el verdadero inicio de una revolución.

Alberto Plazas

Account Director

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